Otra de las cosas que hicieron fue que les tapé los ojos durante algo más de una hora para por lo menos tener una mínima sensación de la vida de un invidente. Aunque a mí me volvieron un poco loca, ya que hablaban MUCHÍSIMO más alto de lo normal el simple hecho de ir al baño (para los chicos) era un reto, por supuesto les obligué a sentarse para no ponerme un lago.
Incluso practicaron los instrumentos musicales que tocan. Aunque se diviertieron con la experiencia saben que no es una manera muy difícil de vivir. Creo que esto les ha ayudado a fijarse un poco más en las necesidades de los ciegos, incluso ahora pasan los dedos por las palabras en Braille que encuentran en la vida cotidiana. Creo que también es una buena manera de dar gracias a Dios por la manera en la que cada uno somos porque a veces no nos damos cuenta de las cosas esenciales de la vida y simplemente las damos por sentado de que tiene que ser así.
Iván y Mikey apañándoselas como pueden.